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Las estancias de Venecia y las de acá

En esta primera parte de su colaboración, nuestro columnista Daniel Lecointre repasa las condiciones de vida de Fray Romeo en Italia, qué cosas dejó atrás y cuáles marcaron a fuego su obra en nuestra tierra.

​por Daniel Lecointre


El fray nos contó siempre que había nacido en el castillo de Murano, y en la mundialmente famosa cristalería. Trajo verdaderas obras de arte renacentistas en cristal, como regalo y agradecimiento a varias familias de aquí. Por eso, en mi primer relato fui fiel a su decir, a su voz, la cual tengo grabada. Pero frente a los documentos y a la realidad, en verdad nació en un lugar muy cercano, en Venecia, pero en tierra firme.


Nace Mestre, en una "estancia" (allá le dicen mansión), con dos plantas, y más de cien metros de largo. Abajo los establos, máquinas y herramientas. Arriba el granero y los dormitorios. Los Musaragno eran de las pocas familias propietarias de tierra, en esta llanura del Véneto. El resto eran aparceros de pequeñas fracciones, que trabajaban casi como en la edad media. En esa casa vivían el abuelo, la abuela, los diez hijos, nueras,yernos y nietos (uno de ellos Romeo), sesenta personas. Sin dudas para manejar este enjambre tenía que haber normas y una autoridad indiscutida.


El patriarcado o el matriarcado, según quien moría primero o imponía su carácter, era la costumbre de esa época. Si bien el patriarca era el abuelo, en su propia familia, él se crió en un matriarcado. El carácter de la madre no se discutía. El papá todas las semanas salía a repartir comida y ropa a los que estaban enfermos y no podían trabajar. Romeo siempre lo acompañaba. Yo vi en él, la mezcla y la influencia de los dos,más la locura y la gracia, propia de un niño muy travieso, hasta el último día de su vida.


En Cáritas y sobre todo en el campo (Recreo San Francisco) aparecía su capacidad de mando, tenía de raje asoldados y presos para que las cosas funcionaran. Eran chicos muy jóvenes, es lógico que la cosa no fuera fácil. Terco, constante e insistidor, hacía marchar la producción que era imprescindible para su obra.Limpiar la casa, ordenar las habitaciones, barrer el patio donde jugaban las criaturas de los hogares San José y Sarciat. Lavar prolijamente el tambo, los baldes, ordeñar,atender las vacas, las ponedores y los chanchos.


Deben haber sido de los tambos y establecimientos rurales más locos del mundo. Regidos por un fray, y atendidos por soldados y presos con un régimen especial. No sé cómo, pero todos convivían, para que la leche y los productos camperos llegaran cada día a la ciudad, y al desayuno de los más chicos.


Volviendo a su casa natal y su niñez, el fray siempre recordaba a su abuelo. Bien temprano, se sentaba en el corredor y con el bastón daba un golpe en el piso, de inmediato acudían los hijos varones para recibir las órdenes del día. Dos golpes y lo rodeaban las mujeres para distribuirles las tareas de la casa. El día que le tocaba la comandancia a la mamá de Romeo se notaba de inmediato, la organización funcionaba como un reloj y todo quedaba de punta en blanco.Si las manos viejas del abuelo aferraban otra vez el mango de plata del bastón y retumbaba tres veces, era el turno de los empleados.


A la hora de almorzar, otra vez aparecía el orden y las normas, ya hechas carne en cada integrante del familión. Los hombres y las mujeres con los niños más pequeños por un lado.Las demás, con los niños que ya comían solos, los empleados, todos conocían su hora y su lugar. Los primeros retos que recibió Romeo fueron justamente por romper las reglas, a menudo lo encontraban en la cocina con las empleadas, allí se comía mejor y era más divertido.


La ley de herencias era distinta. El abuelo preparaba toda la vida al hijo mayor para sucederlo y heredarlo. Era el que más sabia de los asuntos de la empresa. Los demás hermanos y sus familias recibían todo lo necesario, pero no serían dueños. Si era un matriarcado, lo mismo.


Los mangos de plata de esos bastones, gastados por las manos inquietas del abuelo, ya sea por la alegría de una buena cosecha, o la desesperación de no saber cómo alimentar a tanta gente si fallaba, terminaron en Olavarría. Romeo se los regaló a una familia muy querida por él, primos segundos míos.


Recordaba con prolijidad y euforia a todas las familias segando el trigo, atando las gavillas, y acarreándolas al patio de la casa. Un día llegaba una máquina, separaba la paja del trigo y unía a todos en la algarabía. Cada aparcero se encargaba de las producciones de trigo, leche, maíz y girasol. En verano y en el invierno tenían las fiestas de la naranja, y la vendimia. Una vez por año se arreglaba de cuentas con cada aparcero, de acuerdo a lo producido. Daba gusto ver a esos gringos hombrear las bolsas al granero y llenarlo hasta el techo. Esto aseguraba el pan, las tortas, la sémola. La paja, era la cama de los animales, la ración, el fertilizante y al final, combustible.La familia oraba y agradecía el pan de cada día. En las noches heladas de invierno, todos bajaban al establo. Era el lugar más tibio para soportar la quietud en el rezo y la letanía del rosario.


Con toda esta mixtura de imágenes llegó Romeo a nosotros. Los paseos en góndola, la escuela, las majestuosas obras de arte del renacimiento, el laberinto de canales,el puente de los suspiros, la plaza san Marcos, los Medici. El seminario en Padua Y el privilegio de apoyar sus manos todas las mañanas sobre la sepultura de San Antonio, para pedirle en directo, por su mala salud…Y la vida en el campo.


Aquí, en Olavarria, como ya les conté alguna vez, empezó ordeñando a mano, unas pobres vacas prestadas, en una chacra prestada. Pedigüeño incansable, consiguió siempre lo que quiso. Sin prejuicios, sin odios, sin los resentimientos que nosotros a veces usamos para esconder nuestras propias incapacidades. El hizo las cosas al revés y consiguió la ayuda todos. Y como la gente de ZonaCampo siempre me tiene cortito, y me dicen que no hay más espacio, aviso que en pocos días se va a publicar una segunda parte de esta charla, donde voy a poder nombrar solo algunos de todos los que lo ayudaron.


Voy a nombrar solo algunos, para ser bien injusto con tantos otros, con todo el dolor que me causa. Pero es culpa de los muchachos de ZonaCampo, parece que agarraron la maña del Fray. ¡Hasta el domingo! 



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El fray nos contó siempre que había nacido en el castillo de Murano, y en la mundialmente famosa cristalería. Trajo verdaderas obras de arte renacentistas en cristal, como regalo y agradecimiento a varias familias de aquí. Por eso, en mi primer relato fui fiel a su decir, a su voz, la cual tengo grabada. Pero frente a los documentos y a la realidad, en verdad nació en un lugar muy cercano, en Venecia, pero en tierra firme.


Nace Mestre, en una "estancia" (allá le dicen mansión), con dos plantas, y más de cien metros de largo. Abajo los establos, máquinas y herramientas. Arriba el granero y los dormitorios. Los Musaragno eran de las pocas familias propietarias de tierra, en esta llanura del Véneto. El resto eran aparceros de pequeñas fracciones, que trabajaban casi como en la edad media. En esa casa vivían el abuelo, la abuela, los diez hijos, nueras,yernos y nietos (uno de ellos Romeo), sesenta personas. Sin dudas para manejar este enjambre tenía que haber normas y una autoridad indiscutida.


El patriarcado o el matriarcado, según quien moría primero o imponía su carácter, era la costumbre de esa época. Si bien el patriarca era el abuelo, en su propia familia, él se crió en un matriarcado. El carácter de la madre no se discutía. El papá todas las semanas salía a repartir comida y ropa a los que estaban enfermos y no podían trabajar. Romeo siempre lo acompañaba. Yo vi en él, la mezcla y la influencia de los dos,más la locura y la gracia, propia de un niño muy travieso, hasta el último día de su vida.


En Cáritas y sobre todo en el campo (Recreo San Francisco) aparecía su capacidad de mando, tenía de raje asoldados y presos para que las cosas funcionaran. Eran chicos muy jóvenes, es lógico que la cosa no fuera fácil. Terco, constante e insistidor, hacía marchar la producción que era imprescindible para su obra.Limpiar la casa, ordenar las habitaciones, barrer el patio donde jugaban las criaturas de los hogares San José y Sarciat. Lavar prolijamente el tambo, los baldes, ordeñar,atender las vacas, las ponedores y los chanchos.


Deben haber sido de los tambos y establecimientos rurales más locos del mundo. Regidos por un fray, y atendidos por soldados y presos con un régimen especial. No sé cómo, pero todos convivían, para que la leche y los productos camperos llegaran cada día a la ciudad, y al desayuno de los más chicos.


Volviendo a su casa natal y su niñez, el fray siempre recordaba a su abuelo. Bien temprano, se sentaba en el corredor y con el bastón daba un golpe en el piso, de inmediato acudían los hijos varones para recibir las órdenes del día. Dos golpes y lo rodeaban las mujeres para distribuirles las tareas de la casa. El día que le tocaba la comandancia a la mamá de Romeo se notaba de inmediato, la organización funcionaba como un reloj y todo quedaba de punta en blanco.Si las manos viejas del abuelo aferraban otra vez el mango de plata del bastón y retumbaba tres veces, era el turno de los empleados.


A la hora de almorzar, otra vez aparecía el orden y las normas, ya hechas carne en cada integrante del familión. Los hombres y las mujeres con los niños más pequeños por un lado.Las demás, con los niños que ya comían solos, los empleados, todos conocían su hora y su lugar. Los primeros retos que recibió Romeo fueron justamente por romper las reglas, a menudo lo encontraban en la cocina con las empleadas, allí se comía mejor y era más divertido.


La ley de herencias era distinta. El abuelo preparaba toda la vida al hijo mayor para sucederlo y heredarlo. Era el que más sabia de los asuntos de la empresa. Los demás hermanos y sus familias recibían todo lo necesario, pero no serían dueños. Si era un matriarcado, lo mismo.


Los mangos de plata de esos bastones, gastados por las manos inquietas del abuelo, ya sea por la alegría de una buena cosecha, o la desesperación de no saber cómo alimentar a tanta gente si fallaba, terminaron en Olavarría. Romeo se los regaló a una familia muy querida por él, primos segundos míos.


Recordaba con prolijidad y euforia a todas las familias segando el trigo, atando las gavillas, y acarreándolas al patio de la casa. Un día llegaba una máquina, separaba la paja del trigo y unía a todos en la algarabía. Cada aparcero se encargaba de las producciones de trigo, leche, maíz y girasol. En verano y en el invierno tenían las fiestas de la naranja, y la vendimia. Una vez por año se arreglaba de cuentas con cada aparcero, de acuerdo a lo producido. Daba gusto ver a esos gringos hombrear las bolsas al granero y llenarlo hasta el techo. Esto aseguraba el pan, las tortas, la sémola. La paja, era la cama de los animales, la ración, el fertilizante y al final, combustible.La familia oraba y agradecía el pan de cada día. En las noches heladas de invierno, todos bajaban al establo. Era el lugar más tibio para soportar la quietud en el rezo y la letanía del rosario.


Con toda esta mixtura de imágenes llegó Romeo a nosotros. Los paseos en góndola, la escuela, las majestuosas obras de arte del renacimiento, el laberinto de canales,el puente de los suspiros, la plaza san Marcos, los Medici. El seminario en Padua Y el privilegio de apoyar sus manos todas las mañanas sobre la sepultura de San Antonio, para pedirle en directo, por su mala salud…Y la vida en el campo.


Aquí, en Olavarria, como ya les conté alguna vez, empezó ordeñando a mano, unas pobres vacas prestadas, en una chacra prestada. Pedigüeño incansable, consiguió siempre lo que quiso. Sin prejuicios, sin odios, sin los resentimientos que nosotros a veces usamos para esconder nuestras propias incapacidades. El hizo las cosas al revés y consiguió la ayuda todos. Y como la gente de ZonaCampo siempre me tiene cortito, y me dicen que no hay más espacio, aviso que en pocos días se va a publicar una segunda parte de esta charla, donde voy a poder nombrar solo algunos de todos los que lo ayudaron.


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