Sofía Imaz, mujer rural y empresaria
Tras el cierre de la empresa lechera en que trabajaba, decidió tomar la posta y hoy lleva a delante con éxito su propio emprendimiento
El 15 de octubre fue establecido por la ONU en 2007 como Día Internacional de la Mujer Rural, en reconocimiento a la importancia que tiene el rol de la mujer a nivel global en el desarrollo, la seguridad alimentaria y la erradicación de la pobreza. Sin embargo, en el campo argentino, el rol de la mujer no necesita una declaración internacional para ser valorado.
Cualquier persona que recorre habitualmente establecimientos rurales sabe de sobra que la mujer trabaja a la par del hombre, con los animales, arriba de los fierros, reparando un alambrado, ordeñando o haciendo lo que haga falta no importa la hora, la temperatura o si es martes, domingo o feriado.
Sofía Imaz (32) es una de esas mujeres. La actividad que eligió para demostrarlo es el tambo Malal-co, ubicado en la localidad de Coronel Suárez, que lleva adelante junto a su socia Clara Bejarano (31) bajo un esquema marcadamente pastoril, pero tras hablar con ella a uno le queda la sensación de que es capaz de encarar cualquier desafío.
En cierto sentido, Sofía no empezó precisamente de cero, ya que es hija de Tiburcio Imaz, productor ganadero referente en pastoreo racional intensivo, por lo cual la eficiencia la lleva en la sangre. Pero en otro sentido, empezó de menos diez ya que el punto de inflexión fue el cierre de la empresa donde trabajaba, en el mismo establecimiento que hoy arrienda.
"Empecé a ordeñar sin saber a quién le iba a entregar la leche. Tomé la decisión de arrendar el campo porque no tenía otras alternativas, yo trabajaba de encargada de tambo para una empresa de Tandil que lo tenía alquilado y a fin de 2015 me dijeron que no iban a renovar el contrato", expresa, reconociendo que en ese momento entró en shock porque había descubierto una impensada pasión por la actividad, por el trabajo de tambo y el lugar donde estaba viviendo.
Para Sofía todo cerraba como estilo de vida, por lo que se puso firme en generar opciones para que la empresa continuara, pero no tuvo eco, hasta que una serie de circunstancias (incluyendo un asalto al campo tras el cual se fue casi todo el personal) la llevaron a la conclusión de que la única posibilidad era tomar las riendas del campo ella misma y seguir adelante como dueña del tambo. Tras varios intentos asociativos fallidos e idas y vueltas casi de novela, terminó consiguiendo 100 vacas alquiladas y arrancó.
"A Clara la conocí cuando entré a trabajar, entablamos una excelente relación tanto dentro como fuera de la empresa, y fue muy duro para las dos cuando ella se fue por miedo tras el asalto, no tuvimos contención de nadie. Cuando se me dio la posibilidad de abrir mi propio tambo, en la primera que pensé fue en ella y la convoqué, y su respuesta fue inmediatamente que si, dejando su trabajo y viniéndose para Suárez", explica.
De lunes a lunes
El trabajo de tambo es duro, eso es algo conocido. No hay descanso. Y si se trata de arrancar sin dinero para invertir y sin quien te cubra los francos, es mucho más duro aún. Sofía y Clara empezaron haciendo absolutamente todas las tareas, desde la elección de las vacas a alquilar, hasta el ordeñe mismo, la inseminación, la guachera, la administración y gestión, todo.
"Teníamos miedo a la incertidumbre, conocíamos todo el trabajo del tambo, pero no conocíamos de la parte financiera e impositiva, pero confiamos una en la otra. Yo me apoyé mucho en ella en cuanto a trabajo físico, y ella siempre confió plenamente en mi manejo de números, aún con todos los errores que fui cometiendo en el camino de aprender", reconoce la productora. Durante cuatro meses trabajaron solas, con las cuentas en cero porque Sofía había puesto todos sus ahorros como garantía y reserva en el campo, y literalmente –como dijo al principio- empezaron a ordeñar sin saber a quién iban a entregarle.
"El objetivo central de nuestra empresa es producir leche con bajos costos, por eso no aplicamos el esquema que implementa papá en casa, al menos no totalmente. De hecho, confrontamos bastante [risas] porque para mí, en un tambo no puede aplicarse al 100 por ciento lo que él hace. Lo que si hago, cuando se justifica, es una recorrida diaria por las pasturas, mediciones de forraje, cosechamos el pasto y en primavera ensilamos el excedente, soy de fertilizar y estar muy encima. La cosecha de pasto la hacemos como él, pero no llegamos al punto de poner 200 vacas en 20 hectáreas", asegura.
Contra viento y marea
Sofía considera que la receptividad del campo y los requerimientos financieros de la empresa pasan por un rodeo de 300 vacas, por lo cual no paró de buscar hasta llegar a ese número, llegando incluso a comprar algunas a medias con un amigo. Hoy cuentan con ese stock, de raza jersey pura y cruza con holando. Luego pudieron contratar ayudantes, integrando un equipo de cuatro personas incluidas ella y Clara, y permanentemente enfrentando y superando obstáculos, desde las sequías y las devaluaciones recurrentes hasta el bajo precio de la leche.
El esquema forrajero de Malal-co es básicamente pastoril, y a tal punto trabajan en la optimización de la cosecha de pasto que no siembran sorgo, maíz o silo para silaje, sino que reservan los excedentes cuando la curva de producción alcanza los picos más altos. Esta receta les viene funcionando bien, por lo que el objetivo es maximizar lo que se pueda sin cambiar el esquema general.
"Como mujer, veo que en el ámbito del campo suele haber más hombres. Yo trabajo solo con Clara y con la veterinaria que viene de Tandil, los demás son varones, pero con eso la verdad es que me llevo muy bien. En todos lados me abrieron las puertas, nunca me hicieron sentir menos por ser mujer, al contrario, siempre me he sentido muy apoyada, muy respaldada, por lo cual no creo que sea un mundo machista. Se da la coincidencia de que la mayoría son hombres, pero jamás me sentí discriminada. Hay muchas mujeres que trabajan en los tambos, de todos los que conozco, que son más de 25, en todos trabaja al menos una mujer", enfatiza.
La empresaria vive y respira tambo por todos los poros, se le nota en cada palabra, cada mirada, en el tono de voz. Actividad difícil, vapuleada, pero que la ha cautivado. "Todo lo vamos superamos con convicción y mucho esfuerzo, tanto físico como mental. Soy una convencida de que, cuando una va siempre con la verdad, y demuestra que trabajando se puede salir adelante, encontrás apoyo. A la gente le entusiasma ver como dos mujeres como nosotras, trabajando de sol a sol y desde la nada, hemos podido formar algo. No importa si grande o chico, pero no era nada y hoy es algo de lo cual viven cuatro familias", concluye.
“La fina viene muy bien pero para que se concrete en los rindes es clave el monitoreo continuo”
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Cualquier persona que recorre habitualmente establecimientos rurales sabe de sobra que la mujer trabaja a la par del hombre, con los animales, arriba de los fierros, reparando un alambrado, ordeñando o haciendo lo que haga falta no importa la hora, la temperatura o si es martes, domingo o feriado.
Sofía Imaz (32) es una de esas mujeres. La actividad que eligió para demostrarlo es el tambo Malal-co, ubicado en la localidad de Coronel Suárez, que lleva adelante junto a su socia Clara Bejarano (31) bajo un esquema marcadamente pastoril, pero tras hablar con ella a uno le queda la sensación de que es capaz de encarar cualquier desafío.
En cierto sentido, Sofía no empezó precisamente de cero, ya que es hija de Tiburcio Imaz, productor ganadero referente en pastoreo racional intensivo, por lo cual la eficiencia la lleva en la sangre. Pero en otro sentido, empezó de menos diez ya que el punto de inflexión fue el cierre de la empresa donde trabajaba, en el mismo establecimiento que hoy arrienda.
"Empecé a ordeñar sin saber a quién le iba a entregar la leche. Tomé la decisión de arrendar el campo porque no tenía otras alternativas, yo trabajaba de encargada de tambo para una empresa de Tandil que lo tenía alquilado y a fin de 2015 me dijeron que no iban a renovar el contrato", expresa, reconociendo que en ese momento entró en shock porque había descubierto una impensada pasión por la actividad, por el trabajo de tambo y el lugar donde estaba viviendo.
Para Sofía todo cerraba como estilo de vida, por lo que se puso firme en generar opciones para que la empresa continuara, pero no tuvo eco, hasta que una serie de circunstancias (incluyendo un asalto al campo tras el cual se fue casi todo el personal) la llevaron a la conclusión de que la única posibilidad era tomar las riendas del campo ella misma y seguir adelante como dueña del tambo. Tras varios intentos asociativos fallidos e idas y vueltas casi de novela, terminó consiguiendo 100 vacas alquiladas y arrancó.
"A Clara la conocí cuando entré a trabajar, entablamos una excelente relación tanto dentro como fuera de la empresa, y fue muy duro para las dos cuando ella se fue por miedo tras el asalto, no tuvimos contención de nadie. Cuando se me dio la posibilidad de abrir mi propio tambo, en la primera que pensé fue en ella y la convoqué, y su respuesta fue inmediatamente que si, dejando su trabajo y viniéndose para Suárez", explica.
De lunes a lunes
El trabajo de tambo es duro, eso es algo conocido. No hay descanso. Y si se trata de arrancar sin dinero para invertir y sin quien te cubra los francos, es mucho más duro aún. Sofía y Clara empezaron haciendo absolutamente todas las tareas, desde la elección de las vacas a alquilar, hasta el ordeñe mismo, la inseminación, la guachera, la administración y gestión, todo.
"Teníamos miedo a la incertidumbre, conocíamos todo el trabajo del tambo, pero no conocíamos de la parte financiera e impositiva, pero confiamos una en la otra. Yo me apoyé mucho en ella en cuanto a trabajo físico, y ella siempre confió plenamente en mi manejo de números, aún con todos los errores que fui cometiendo en el camino de aprender", reconoce la productora. Durante cuatro meses trabajaron solas, con las cuentas en cero porque Sofía había puesto todos sus ahorros como garantía y reserva en el campo, y literalmente –como dijo al principio- empezaron a ordeñar sin saber a quién iban a entregarle.
"El objetivo central de nuestra empresa es producir leche con bajos costos, por eso no aplicamos el esquema que implementa papá en casa, al menos no totalmente. De hecho, confrontamos bastante [risas] porque para mí, en un tambo no puede aplicarse al 100 por ciento lo que él hace. Lo que si hago, cuando se justifica, es una recorrida diaria por las pasturas, mediciones de forraje, cosechamos el pasto y en primavera ensilamos el excedente, soy de fertilizar y estar muy encima. La cosecha de pasto la hacemos como él, pero no llegamos al punto de poner 200 vacas en 20 hectáreas", asegura.
Contra viento y marea
Sofía considera que la receptividad del campo y los requerimientos financieros de la empresa pasan por un rodeo de 300 vacas, por lo cual no paró de buscar hasta llegar a ese número, llegando incluso a comprar algunas a medias con un amigo. Hoy cuentan con ese stock, de raza jersey pura y cruza con holando. Luego pudieron contratar ayudantes, integrando un equipo de cuatro personas incluidas ella y Clara, y permanentemente enfrentando y superando obstáculos, desde las sequías y las devaluaciones recurrentes hasta el bajo precio de la leche.
El esquema forrajero de Malal-co es básicamente pastoril, y a tal punto trabajan en la optimización de la cosecha de pasto que no siembran sorgo, maíz o silo para silaje, sino que reservan los excedentes cuando la curva de producción alcanza los picos más altos. Esta receta les viene funcionando bien, por lo que el objetivo es maximizar lo que se pueda sin cambiar el esquema general.
"Como mujer, veo que en el ámbito del campo suele haber más hombres. Yo trabajo solo con Clara y con la veterinaria que viene de Tandil, los demás son varones, pero con eso la verdad es que me llevo muy bien. En todos lados me abrieron las puertas, nunca me hicieron sentir menos por ser mujer, al contrario, siempre me he sentido muy apoyada, muy respaldada, por lo cual no creo que sea un mundo machista. Se da la coincidencia de que la mayoría son hombres, pero jamás me sentí discriminada. Hay muchas mujeres que trabajan en los tambos, de todos los que conozco, que son más de 25, en todos trabaja al menos una mujer", enfatiza.
La empresaria vive y respira tambo por todos los poros, se le nota en cada palabra, cada mirada, en el tono de voz. Actividad difícil, vapuleada, pero que la ha cautivado. "Todo lo vamos superamos con convicción y mucho esfuerzo, tanto físico como mental. Soy una convencida de que, cuando una va siempre con la verdad, y demuestra que trabajando se puede salir adelante, encontrás apoyo. A la gente le entusiasma ver como dos mujeres como nosotras, trabajando de sol a sol y desde la nada, hemos podido formar algo. No importa si grande o chico, pero no era nada y hoy es algo de lo cual viven cuatro familias", concluye.
“La fina viene muy bien pero para que se concrete en los rindes es clave el monitoreo continuo”
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