Ciclo de entrevistas de Luciana Pedernera sobre la vida y el rol de la mujer en el campo. Hoy: Norma Ramirez y Aldana Silveyra
Luciana Perdernera (ZonaCampo)
El camino es único, como cada viaje hacia una nueva historia, un atardecer donde el sol hace brillar cada lugar en el que rebotan sus rayos, miro el reloj, llego tarde, veinte minutos tarde. La distancia que separa esta entrevista es bastante importante y repentinamente llegan los recuerdos de ellas, Norma y Aldana, madre e hija, las conozco hace más de seis años, compartimos la secundaria con Aldana y su mamá era nuestra compañera de viajes a la escuela, debo reconocer mi enemistad con Aldy durante un largo de periodo recorrido en nuestra casa de estudios, la convivencia se hacía difícil, pero hoy la veo y me siento orgullosa de ella y, además, somos tan iguales.
Igualmente, no quiero hablar de mí, no es la idea, quiero que las conozcan, detrás de estas dos Mujeres Rurales hay recuerdos, sueños, resignaciones, aceptaciones, crecimiento, hay almas para abrazar, vida en cada uno de sus ojos, fuerza en todo lo que dan.
Al llegar, sale de casa Aldana con su pequeño hijo sobre ella, luego de la cortesía y los lamentos por tanto tiempo sin vernos me invita a entrar a su hogar, el mate listo y sobre la mesa un arrogante budín esperaba a nuestro encuentro. El aroma de hogar es imprescindible, ese calor tan acogedor completa cada rincón del corazón.
Empezamos y decido hacer hincapié en su mamá, su compañera y guía de toda su vida. Aldy, como todos le decimos, es un ser absolutamente sensible, de estatura mediana y piel morocha deja caer sus mechones de pelo bien negro sobre su espalda, algunos de ellos redondean sus brazos, esos brazos que ya tienen las energías de la mamá en la que se convirtió con la llegada de Dashiel hace más de año y medio.
- -¿Quién es para vos tu mamá?
- -Mi mamá es la persona más buena y testaruda que hay, pero es mi incondicional. Siempre está cuando más la necesitan. No encuentro la palabra clave para definirla, pero es la mejor y no la cambiaría por nada.
Norma Hayde Ramirez, mamá de Aldana Soledad Silveyra, hace 38 años que se eligió junto a Abel, su esposo y compañero, para formar una familia. Abel llevaba veintiséis años trabajando en el campo cuando tomaron la decisión de trasladarse a la estancia "La Luisa" para vivir todos juntos en el campo, bah, Abel, Norma, Daiana y Aldana que son las hijas más pequeñas, este cambio se dio por comodidad para que Aldana pueda acceder a su educación, aunque solo debía terminar la primaria y después venia la secundaria en Espigas.
Reconocen que el inicio fue complicado, el campo solo gustaba para los fines de semana, pero como todo lo resuelve el tiempo, había un calendario que corría sobre sus vidas e hizo de las suyas, y las ayudo a adaptarse a su nueva vida.
Sobre uno de los sillones que habitan la escena de esta entrevista esta Norma, con sus ojos achinaditos y su cabello corto, su hablar calmo y su tono de voz que por momentos desaparece la hacen ver tranquila. De chica vivió en el campo cerca de Pablo Acosta, iba a la escuela en el colectivo de la Base Naval y tardaban un montón en llegar a la escuela, por este motivo sus días no eran muy movidos y se conformaban por pocas actividades, le costo adaptarse al colegio y cuando lo consiguió, sus papas y sus dos hermanos junto a ella, se mudaron a Olavarría y la cambiaron a la escuela Rosario, que en ese entonces era una escuela solo para mujeres.
Entre gestos con sus manos confiesa que no le gusta cocinar, aunque lo hace muy bien, no le gusta y solo lo hace por obligación, si hay alguna fruta de estación enseguida elabora algún dulce, pero no es lo que más ama.Arranca el día un poquito más tarde que su esposo y obviamente con un mate que se ve entrelazado por sus manos.
- -Norma: ¿Cómo es un día tuyo en el campo?
- -Me levanto, a veces más temprano, a veces más tarde, si lave en la noche tiendo la ropa, preparo de comer, si me llaman voy a la casa principal, la siesta es indispensable, todo se va dando durante el día.
Aldana desde que termino la secundaria en el Centro Educativo para la Producción Total N° 8 de Espigas, se mudo a la ciudad de Olavarría, decidió estudiar Trabajadora Social, pero en el camino se dio cuenta que no era lo suyo, ella siempre muy sensible y esa profesión sí que necesita de corazones con cierta dureza, tiempo después se convirtió en mamá de Dashiel un pequeñito tan igual a ella en sus gestos y facciones, la complementa y enorgullece.
- -¿Cómo es volver hoy al campo?
- -Cuando voy ayudo a mi mamá en los quehaceres de la casa, salimos a caminar con Dashi, andamos a caballo y a veces ayudamos a papá.
Cuando pasaste por el campo, nunca más te alejas de él si lo sentiste, quedas arraigado y ella así lo demuestra. La secundaria en el CEPT es un momento de su vida que reviviría, le gustaban las actividades en los entornos formativos, las propuestas para el hogar por parte de los docentes o las visitas, entre risas nos permitimos recordar varias travesuras de aquellos momentos.
Con la voz de Dashiel de fondo, y el sonido de las ruedas de un carrito en el que él estaba encima le pregunto:
- -¿elegirías educar y vivir con tu hijo en el campo?
- -Si sería lo mejor poder educarlo en el campo, igual cada vez que vamos le enseñó todas las tareas rurales y le muestro los animales, él es un apasionado a los caballos. y sería mi sueño que valla a la escuela rural al igual que yo.
Ningún día en el campo es igual a otro, esto creo que ya lo dije antes, y varias veces en cada entrevista, pero parece ser la clave. Entre las manos de estas dos mujeres hay mucho amor y admiración mutua, ninguna de las dos se reconoce como Mujer Rural, pero creo que aquí entro en juego yo, el campo corre por sus venas, la tradición esta tatuada, la comida casera, el olor a cocina leña está impregnado en sus narices al punto de no tenerlo y sentir ese vacío que genera la ausencia, les pregunto por las Mujeres Rurales y no hace falta más:
- -Hablar de la mujer rural me da emoción, orgullo, porque admiro tanto a la mujer rural, porque es la que se encarga de los quehaceres domésticos, la crianza de sus hijos y ayudar a su marido en sus tareas. Yo hablo de ellas y me emociono, las escucho y las admiro. Porque quizás este no es el caso, pero muchas de ellas no eligieron estar allí y hoy están, sintiéndose orgullosas, de todo lo que han construido, teniendo asistencia perfecta en todo lo que han logrado.