En esta colaboración especial, Daniel Lecointre nos cuenta cómo se vivía la esquila en las estancias de la zona, hace 60 años.
Por Daniel Lecointre, exclusivo para Zona Campo.
Un obrero Hindú va llegando a Bombay en el expreso de las cinco. El asiento y el lateral tapizado del vagón son tan suaves, que él se duerme plácidamente las horas que le faltaron a su descanso.
En la oficina de Londres, una secretaria aprovecha la ausencia del jefe para quitarse los zapatos. Le encanta sentir en sus pies desnudos las caricias de esa alfombra suave y mullida.No sabe porque, pero cerrando los ojos la llena de sensaciones hermosas, desde su niñez hasta la sensual noche que vivió ayer.
…..................
Una vez al año, mi madre desarmaba los colchones, las almohadas y los vaciaba. Era apenas un montón de lana apelmazada. Se sentaba en la escardadora, una maquinita que aún conservo. La manija superior iba y venía, llevando y trayendo pequeñas motas, al rato la montaña de lana esponjosa había crecido mágicamente. Volvía trabajosamente a llenar lo que había vaciado, cerraba la boca del cotín, le daba unas puntadas simétricas para que volvieran a sus formas y la tentación de probarlos era incontenible.
Puedo detallar como se escarda la lana yel trabajo que hacia esa maquinita. Lo que no puedo contarles es la sensación que sentíamos al acostarnos en esa nube esponjosa. Tan parecida al amor de mamá.
…..................
Don Justo Arrieta, Shoemaker y el vasco La Grave fueron los viejos esquiladores en la estancia donde yo nací. Los vi en las noches afilar las tijeras para no perder tiempo mañana. Empezaban en la piedra y terminaban de asentar el filo en una madera. Tenía que cortar un pelo en el aire. De este trámite dependía la salud de la muñeca. Si estaban desafiladas, seguro que se "mancaban" (esguince) y se perdían toda la zafra. Cientos de horas haciendo el mismo movimiento para cortar la lana, martirizaban los tendones de la mano.
Pero un día, hace añares, a estos hombres se los veía azorados. Por la huella de entrada venia llegando una camioneta, llena hasta el techo de paisanos, perros, maletas, catres, pavas, ollas, asadores, cobijas, ponchos. Y por si fuera poco traían un acoplado… en él, venia la máquina esquiladora.A este grupo de hombres y elementos se los llama con toda justeza, "la comparsa".
Las contra explosiones de la Ford naftera, ocho cilindros y sin caño de escape, espantaban los caballos atados en el palenque, la cluecas dejaban los nidos y corrían histéricas, los perros de la casa se querían comer crudos a los que venían en la caja, mostrando los hocicos arrugados y las dentaduras perfectas.
Una acelerada final frente al galpón y ya se veían los saludos espamentosos y eufóricos de bienvenida. Con el sombrero en la mano, patrones, piones, tumbiadores, crotos y los recién llegados hacíamos malabares para separar las trifulcas de los pulgosos, que no nos dejaban hablar en paz. "¿Cómo estas hermano?", "tanto tiempo que no te veía", "fuera de ahí" era lo que más se escuchaba.
En esos años, (la oveja y la lana eran bienes muy preciados en el mundo, eso había hecho crecer las majadas en forma exponencial. Millones de Lincoln, Corriedale, Merino y cruzas llenaban estos campos. Ya no se podía esquilar a tijera, hacía falta esta máquina que acababa de llegar. Eso era lo que preocupaba a Shoemaker, Arrieta y La Grave, tenían que aprender la nueva técnica o correrse a un costado).
Las maquinas eran -y siguen siendo- un armazón de hierro, un motor a explosión que se arrancaba (cuando se le antojaba),tirando de una piola o girando un volante. Recuerdo que tenía un depósito de agua hirviente y una marcha muy lenta. De la parte superior salían las varillas articuladas que terminaban en el "mango y el peine" que corta la lana, (elemento parecido al que usa el peluquero en nuestras cabezas). Correas de sogas hacían la transmisión y una pieza giratoria donde un papel esmerilaba y afilaba los peines.
Un maquinista, cuatro esquiladores, un playero, un agarrador y el cocinero. Así era "la comparsa" que venía a casa, nosotros teníamos raza Lincoln, era lana gruesa, no había que atar los vellones.
Bajados todos los bártulos, el primer trabajo lo tenía el cocinero. Se calzaba una daga en la espalda y salía a carnear un capón bien gordo para "para no hacer pobre la estancia"y que los paisanos se engrasaran hasta los bigotes.
Cuando los corrales estaban repletos de ovejas, balando su letanía melancólica, el agarrador las iba volteando una por una, les maneaba las cuatro patas para inmovilizarlas y se las acercaba al esquilador.
Cuando este terminaba su tarea, se veía a la oveja bien pelada buscar el portón de salida. El playero recogía la lana y seleccionaba: el vellón iba a una estiba y la "barriga" (lana inferior) a otra. De inmediato le tocaba la espalda al esquilador y gritaba "¡lata!" mientras depositaba una moneda de chapa en el tarrito que cada esquilador tiene a su lado. Dije gritaba, porque el ruido del ambiente era ensordecedor.
En el corral de las peladas, las pobres ovejas se miraban con asombro, casi no se reconocían, se asustaban creyendo que era otro bicho el que estaba con ellas.
A la tardecita se veía a esos hombres de brazos fuertes y espaldas de acero, contando cuantas latas habían juntado en el tarrito. Disimulando el orgullo se miraban de reojo, con la intriga de saber quién había sido el mejor ese día.
La jornada se dividía en cuartos, desde que aclara hasta las ocho se tiraba solo con mate amargo. Ahí sí, el cocinero ya tenía listo el menú. Una sartenada repleta de churrascos o un costillar con paleta se inclinaba en el asador reverenciando el rescoldo de las últimas brasas, una bolsa de galleta y la damajuana de diez. Después el almuerzo, unos mates a media tarde para disfrutar el silencio del motor detenido, y la cena.
Yo vi hombres superiores en este trajín, aun dando ventajas por ser alcohólicos. Era un martirio para ellos superar el primer cuarto sin la droga. Las manos inseguras y temblorosas perdían velocidad o lastimaban el cuero de los animales. Después de las ocho y de haber besado apasionadamente la damajuana, el pulso se serenaba, y ahora si… "agarrate Catalina", como dice el refrán. El alcohol ahuyentaba el cansancio y no había quién les ganara.
En esta casa, los mayores tenían las tradiciones marcadas a fuego, con eso no se jugaba. Por eso en un momento se le decía "basta" a la máquina, para dejar todas las ovejas del plantel en manos de los viejos esquiladores a tijera.
Estos hombres sabían que durante la esquila, la piel de las manos, ásperas y descuidadas, se tornaban delicadas y suaves. La grasa protectora de la lana se llama lanolina, con ella se hacían valiosas cremas para el cutis. Lo que nunca supieron, es que esa lana que ellos habían estibado,era la misma que acunaba el sueño de aquel obrero Hindú, o la que acariciaba los pies de esa bonita secretaria inglesa. O que llegó a embellecer con el brillo del sol de estas pampas, el cutis soñador de alguna princesa italiana.
Esto era así porque una ley internacional exigía que las prendas de las policías y los ejércitos tenían que ser confeccionadas con fibras naturales, lo mismo que las alfombras de las oficinas del estado y los transportes públicos por sus condiciones ignifugas. Es muy difícil quemar una pila de lana.
El petróleo y sus hijos naturales engendraron las fibras sintéticas, el plástico, el nylon… Eso hirió de muerte a la pobre lana y todas tus virtudes… También le dijo adiós para siempre a Shoemaker Arrieta y La Grave.
Acerca de Daniel Lecointre
El autor es nacido, vive y trabaja en el campo, en la zona de San Jorge, Partido de Laprida. En su sentir y sus palabras, esto es así desde hace más de 120 años, por los tiempos en que su abuelo llegó a esos pagos. Este relato describe la época de la esquila hace más de seis décadas en la Estancia El Destino, lugar donde nació y que contaba por aquellos años con 4000 lanares.