La pluma campera de Daniel Lecointre traza un paralelismo entre las dificultades de la educación actual en tiempos de pandemia y las vividas en la escuela rural que funcionara en el campo de su abuelo
Daniel Lecointre, para ZonaCampo
La vieja mesa, donde estoy apoyando el papel y la pluma para escribirles, tiene dos cajones grandes, corredizos, que se descubren con solo levantar el mantel. Buena parte de mi historia, de los abuelos y mis hijos están allí. Abriéndolos, se puede llorar, aprender, o reír a panza batiente.
Yo había escuchado un centenar de veces los relatos de mi papa, mis tías y los tíos criollos sobre cómo había sido su educación en el medio del campo. Uno tiene la tentación de escribir ``sin colegio´´ pero no es cierto. Una escuela está escondida bajo la sombra de un árbol, el alero de la estancia, o en una piecita de adobe.
Nosotros ya éramos alumnos en la escuela secundaria y más de una vez estábamos empantanados en una ecuación matemática. Siempre me asombro y llamo la atención la forma distinta, sencilla y práctica que mi papa las resolvía. ¿Pero dónde lo había aprendido?
La idea de este relato tiene dos orígenes, uno inspirado por mi mujer, que es educadora y en estos días tiene que hacer tres mil metros para buscar señal y mandar las tareas. La comodidad de la ciudad, donde todo funciona, choca con el campo, donde hay que remar el doble para llegar a la misma orilla. Se escucha entre sus rezongos en esta situación rara e impensada de dar clase: Que internet es lento, cuando hay barro es difícil llegar a esa escuela virtual. Que si llueve se corta internet, si hay viento o rayos se corta la luz, justo cuando estaba por enviar el trabajo. Que los tutoriales para aprender a manejar zoom y classroom. Está más complicada que las señoritas del año 30. Eso sí, tiene en este régimen carcelario de la cuarentena, toda la libertad de caminar al sol. De prescindir del alcohol en gel durante días enteros, pues no hay de quien contagiarse. (Hasta que el ``corona´´ se haga alcohólico). De hacer un asadito o andar a caballo. Excepto que no se puede ir a pasear al pueblo. Hay días que metidos de cabeza en el trabajo, no nos damos cuenta de lo que pasa.
Al poco tiempo una jovencita llegaba nerviosa e ilusionada a la remota y ajena estación de Martinetas. Un sulky veloz le fue mostrando las asperezas de la huella, el monte lejano donde viviría, el patio, la casa y las caritas iluminadas de sus futuros alumnitos.
Una habitación amplia al fondo del corredor se fue poblando de bancos y pupitres. Una biblioteca gigante, (que se mantuvo en pie hasta hace poco) repleta de manuales y libros de matemática, algebra, literatura, poesía gauchesca. Revistas de todo tipo, diarios y la infaltable colección de caras y caretas, alcanzaba y sobraba para una buena formación.
De inmediato, alguien salió al galope largo avisando a todo el vecindario que había llegado la maestra.
Al otro día se veía el palenque repleto de caballos. Los más grandecitos venían solos. Los más pequeños llegaban en carros, y mientras ellos asistían a clase, las madres hacían ``sociales´´ alrededor de la gran cocina, alimentada con leña de vaca. Mate, buenas tortas, y la charla desestresada, gastaban bucólicamente la mañana. Un viejo cencerro colgado en un tirante marcaba los recreos y el final de la jornada.
Ya sé que se hace largo el asunto, pero en este perdido rincón de la llanura estaba representado el mundo. Unos, nacidos en Saratov, Rusia, llevados a esas tierras por Catalina La Grande. Ellos contaban con gran aspaviento, como se pescaba en el rio Volga, y cuanto rendía el trigo en esas praderas. O las aventuras del abuelo que había sido soldado del zar. Otro era nacido en Kandelhöhenweg, plena selva negra Alemana. Había también, italianos Y españoles. Don León (mi abuelo) era normando puro, y la patrona (mi abuela) criolla, muy blanca, aunque en sus venas tenía una pizca generosa de hermosa sangre negra, africana. No es difícil imaginar lo fascinante de la charla, los intercambios de recetas, de costumbres, de culturas. Y así…el amor, las camas tendidas y destendidas mil veces por la pasión y el correr de los años, nos hicieron a todos nosotros).
Los conocimientos iban engordando las esponjosas cabecitas. Dándoles esa libertad incomparable que significa saber leer y escribir. Imaginemos un instante nuestra vida sin ese elemento. No saber que dice un cartel. Perder la intimidad, y tener que entregar la carta de una novia o novio para que la lea otro, y también será otro el que la tenga que contestar. Que toda nuestra curiosidad muera frustrada solo en una foto, en una imagen del diario o la revista y no saber de qué se trata.
Con el tiempo la señorita había aprendido a leer el cielo. SI el oeste estaba cargado, si el viento norte hacia silbar las ventanas y en la tierrita suelta del camino se veían las huellas zigzagueantes de las culebras, sabía que se venía el agua y mañana no tendría alumnos. Por eso hoy los estaba recargando de tareas. Mientras los ayudaba a subir a volantas y caballos, alcanzándoles los portafolios se escuchaba:
-"Carmen, Norma y Elsa, (Varetta) no se olviden de repasar los problemas de regla de tres compuesta, descubrir el valor de x , las multiplicaciones quebradas, y las equivalencias de yardas, millas, leguas, milímetros y varas.-"
"-Saquen las superficies de todos los triángulos, la batalla de Chacabuco, y describan los distintos minerales. Los más chiquitos ya saben: repasen los versitos del 9 de julio y coloreen los dibujos".
Lo mismo les ocurría a las niñas Nelida, Irma y Ofelia Koenig con física, química, lectura y redacción. (de esta escuelita salió la futura profesora de filosofía y superiora del Convento de Nuestra Señora de Lujan, en La Plata y Directora de su Colegio Secundario, Ofelia Koenig).
Fracciones, geografía y educación cívica le tocaban a Ana Graff, integrante también de otra familia en esta comunidad alemana de entonces, que alquilaban pequeñas fracciones en el campo de Bobbio. Completaban la nómina los germanos Mayer y los Schulmeister. Excepto una, las demás, con el tiempo sufrieron la larga agonía de las taperas, hoy solo quedan algunas plantitas como recuerdo y testigos de tanta vida vivida bajo su sombra.
Y por supuesto los niños de la casa, Enriqueta, León, Jorge, Dora y Aristides (Cacho). Perdón si me olvide de algún guardapolvo blanco, pero no importa, siempre hay tiempo de que vengan a formar fila, con el brazito estirado sobre el hombro del compañerito de adelante.
Los libros contable de aquella época donde aparecen los honorarios de la señorita maestra. ``Rosita´´ en realidad Rosa Dulon Brun, oriunda de Tandil.
No era tan básica la educación como yo creía. Digo esto porque tengo ante mí, algunos cuadernos de esos alumnitos de hace ochenta o noventa años. Si bien la pobre escuela entre cardos y pajonales no entregaba títulos, la docente seguía los contenidos básicos Nacionales. ¿A qué edad comenzaba un niño la escuela? Comenzaba cuando aparecía una señorita maestra… Por eso las edades eran diversas.
La maestra compartía la vida con los dueños de casa. Mi papa, sus hermanas y hermanos tenían alguna ventaja, pues a la hora de los deberes estaba ella para ayudarlos y compartir actividades extra escolares: traer leña para la noche, juntar los huevos, jugar a la mancha. Eso sí, a la tardecita nadie osaba interrumpir la radio novela. (Muchos años después, cuando los niños éramos nosotros, también caíamos rendidos ante la magia de la radio, que aún hoy es tan amada en el campo. Si ustedes supieran todos los engranajes que se movían en el cerebro, en la imaginación, con esas obras de teatro radiales. Todo había que imaginarlo en uno mismo. El beso de los amantes, las peleas a cuchillo, la lluvia torrencial, el dolor de un parto, el galope de un caballo a media noche, la puerta que se abre y el suspenso de la noticia que trae).
Ayer, antes de terminar estas líneas hable con varias alumnitas. Me llenaron de vida y anécdotas, contándome las mismas travesuras y actividades que yo había escuchado de mi papa y los tíos, hace añares. ``-¿Te acordas del nombre de alguna maestra?-´´ le pregunte a una de ellas. ``- como no me voy a acordar…si fue la única que tuve en mi vida… se llamaba Rosita… era la mujer más buena y dulce del mundo-´´ me contesto mirando un punto lejano. Me di cuenta que mi pregunta la había hecho volver a clase, aunque sea un ratito. También logre sorprenderla, pues tengo frente a mí los versitos que le tocaba leer a cada uno de ellos en el acto del 25 de Mayo de 1938. Esto es para que sepan las señoritas maestras, como quedan grabadas en el corazón de sus alumnos. Luego formaran parte de la memoria y la ternura cuando sean adultos. Y seguiré guardando esos cuadernos, esos retazos de vida, pue veo el empeño que tiene el tiempo, en matar con el olvido a esta `pobre escuelita criolla.
Para confirmar y documentar estas historias orales, abrí otra vez el cajón de la mesa y busque por enésima vez el libro diario del abuelo León, sabiendo que escribía todo lo que pasaba en cada jornada…..Y ahí estaban. En el libro contable aparecen las ventas de unas yuntas gallinas, diez bolsas de trigo, las compras de anteojeras para los caballos del carro, rejas de arado. Plumas, tinta, sobres y papel de cartas. La cuenta anual del almacén, Ventas de lana, cueros, triperos. Y entre Los pagos de sueldos y changas aparecen cada mes los honorarios de la señorita maestra. ``Rosita´´ en realidad Rosa Dulon Brun, oriunda de Tandil. En alguna oportunidad la remplazo su hermana María Luisa.
Una gentileza de la pluma minuciosa del abuelo me causo risa, ternura. Pues llenaba de luz, color y detalles sobre aquellas noches de campo, pues dice el renglón contable: A Rosa Dulon, 45 pesos de sueldo, más 20 pesos de propina por su calidad como maestra y ayuda en trabajos de costura. Era lógico, las casas, en esos años llenas de gente, las noches largas de invierno, el calor de la cocina, invitan a verdaderos campeonatos de truco, escoba de 15, y damas. Pero el trabajo de campo es rompedor de pilchas como él solo, de ahí, que todas las noches hay que zurcir las medias, sobre la panza suave de una calabaza. Los alambres de púas estropean las bombachas nuevas con inmensos sietes, a veces en lugares indecentes. Y los niños que gastan una rodillera por día en la pasión de la bolita. De ahí que mujeres y niñas, (incluida la señorita maestra) cuadricularan remiendos a granel, o buscaran un molde de papel, lo pondrán sobre la tela nueva, la tiza marcaba el contorno, la tijera seguía el caminito, el hilván de los bordes y la Singer molera el silencio, al ritmo del vaivén del pie.
Foto actual del lugar donde funcionó aquella escuela de ``estancia´´ (aunque solo era un campito)
El maestro loco
La gran depresión del 30 trajo a estos campos hombres de todo el mundo. La crisis (como la que nos mira con ganas ahora) dejo en la pobreza a verdaderos profesionales. Ebanistas, mecánicos, carpinteros, profesores, botánicos etc etc. Casi todos europeos. Por un sueldo y la comida dejaban como nuevos el juego de comedor, curaban las plantas, o hacían funcionar el complejo motor de una maquina recién llegada a estos lares. Entre ellos…un día llego el maestro.
El abuelo león lo contrato de inmediato, quizá haya sido el primitivo fundador de esa escuelita pequeña, pero soñadora de sueños grandes. La impiedad propia de los niños lo apodaron ``el maestro loco´´ Quizá el personaje se había apoderado un poco de él, o era realmente un lujo el nuevo catedrático. Ya gaste demasiados renglones y les robe mucho tiempo, así que, como un desvalijado vendedor callejero, quitare casi todo de la manta y dejare solo algunas anécdotas para que lo conozcan…y lo despidan.
De impecable guardapolvo blanco, anteojitos redondos, y una brazada de libros (quizá el único capital que trajo de su aldea natal). Así se lo veía bien temprano, iluminado por el haz de luz de un farol, en la puerta de la escuela recién abierta. La parte teórica se daba en el claustro. Las prácticas eran en el patio, o en el campo. La autopsia del corazón de un lechón, que ya se estaba asando, era llevado a un profundo análisis anatómico. Los alumnos tenían que dibujar y anotar lo que estaban viendo, y de esa manera los niños conocían como funcionaban sus propios corazones.
Lo mismo ocurría cuando la dueña de casa carneaba un pollo para el almuerzo. Primero pasaba por la clase de ciencias naturales, allí le enseñaba a sus discípulos, la transformación de las aves, los anfibios, los reptiles y en esa evolución de las especies, terminaba el pollo siendo primo lejano de ellos.
El sexo, la procreación y los partos lo explicaban las ovejas. Solo había que mirar por la ventanita. El corral repleto de ellas estaba a diez metros del aula. Una piedra distinta encontrada en la huellita también iba a parar al laboratorio de los inorgánicos, desmenuzada y estudiada, se sabía desde donde venía. A la matemática, historia y literatura ``actuada´´ le pasaba lo mismo.
¿Pero donde nació el cruel apodo de maestro loco? Seguro fue en los actos de las fechas patrias. A él le gustaba que fueran imponentes, la bandera en el alero del corredor, una gigantografia del prócer, el himno en el fonógrafo, los artistas que tomaban parte….pero a su ilusión le faltaba público. De ahí que disponía infinidad de sillas en el patio y en cada una de ellas ponía una botella, un zapallo, un florero, mientras iba diciendo: este es el tío Amador, ésta la tía Eloísa… y así llenaba el agreste auditorio.
O quizá hayan sido sus costumbres domingueras. Encaramado en la torre del molino oficiaba unas misas solemnes en latín y castellano. Seguro que no tendrían la bendición papal, pero no había ninguna maldad, y Cristo lo sabía. A la tarde, el mismo escenario que había hecho de catedral se transformaba en teatro lirico y cantaba con buena vos, zarzuelas y operas clásicas de su tierra natal. Un lujo para estos indiecitos salvajes que eran mi papa, los tíos y el resto del paisanaje.
Lamento haber perdido su nombre, para ponerlo bien arriba, en honor a todos los educadores.
Me retan por que guardo estos recortes, papeles, anécdotas (tengo hasta los versitos que le tocaba recitar a cada alumno y la letra de la señorita escribiendo el nombre de cada artista) No estará bien lo que hago, pero el olvido me las tironea para matarlas y perderlas. Lástima que no puedo describir las caritas de estas niñas, (algunas noventonas) cuando les mostré esos papeles y la ``letra´´, tan querida y lejana de la señorita Rosa.
No será la única vez que me escuchen decir esto, pero hay una tentación de creer que las historias son cosas de viejos, opacas y sin valor. Pues es todo lo contrario, es la vida en plenitud, solo que corrida un poquito en el tiempo.
La historia: es un niño actual, contándole dentro de muchos años a su nieto lo que nos toca vivir hoy. Ser testigo de este susto mundial no es cosas de viejos, opacas y sin valor, todo lo contrario. Y a este niño de ahora, ``entonces abuelo´´ le dará mucha bronca escuchar al nieto decir ``Huy.. ya empezó el viejo a contar esas pavadas de no sé que peste del año 2020´´ Es una tentación muy común creer que lo moderno es solo lo que pasa hoy, y que lo verdaderamente importante empezó cuando yo nací. Pero seguro que ese abuelo tendrá también otro nieto, sensible, atento, de buen oído, que lo escuchara, se meterá en la emoción dinámica, ``moderna ´´y loca de estos días… Entonces, lo escribirá, o se lo contara a sus hijos.
Acerca de Daniel Lecointre
El autor es nacido, vive y trabaja en el campo, en la zona de San Jorge, Partido de Laprida. En su sentir y sus palabras, esto es así desde hace más de 120 años, por los tiempos en que su abuelo llegó a esos pagos. Para comunicarse con el autor pueden llamarlo al 2284 215445 (no lo intenten vía Whatsapp, el 4G y el Wi-fi no han pasado todavía por la tranquera de su campo). De vez en cuando revisa el correo electrónico (enviar e-mail) y algunas veces su perfil en Facebook