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Trabajar en silencio

Marcos Giménez Zapiola brinda algunas y sugerencias sobre el manejo del ganado vacuno. Hoy, trabajar en silencio

Empiezo por una cosa muy importante, que es nuestra actitud cuando encaramos una maniobra. Normalmente (yo mismo lo he hecho durante mis primeros 15 años de trabajador ganadero, porque también he sido ignorante y brutal) le vamos directo al ganado. Eso lo hacemos con nuestro movimiento, con nuestros gestos, con nuestra mirada, con nuestros gritos, y con nuestros nervios (que quizás es lo primero que perciben los animales).


Bud Williams me enseñó, allá por 1995, que al ganado hay que tratarlo como si uno estuviera haciendo otra cosa. Sobre todo cuando queremos moverlo, hay que irle por la tangente, como si uno estuviera pasando de largo, para que nos acepte antes de iniciar la maniobra.


Es algo que rara vez veo, sobre todo en los feedlots, donde se tiende a tratar al ganado con una actitud casi policial. Lo único que se logra con eso es desordenarlos y confundirlos. Hay que ser comprensible para el animal que nos mira. 


La vaca no entiende castellano. Lo que sí entiende es nuestro lenguaje corporal (incluidas nuestras vocalizaciones, porque aunque no sepan el significado de las palabras, captan al instante lo que transmitimos con el sonido: estamos enojados, apurados, nerviosos, miedosos, etc.). 


Por esa razón, pienso que hay pocas cosas tan inútiles como tratar de darle órdenes verbales al ganado. A la vaca le encanta el silencio. Cuando le hablamos, le estamos diciendo mucho más de lo que queremos y creemos. En general, no es el mensaje que nosotros pensamos. Menos cuando les gritamos. Ella no sabe el significado de "¡vaca de m...!", pero percibe nuestro descontento, y se pone un poco más alerta, a la defensiva. En vez de buscar la salida, nos busca a nosotros, porque nos presiente como un peligro. 


El trabajo en silencio es una maravilla, para la vaca y para nosotros. Es el indicador más simple de que estamos haciendo las cosas bien. Si no, la vaca empieza a quejarse. Temple Grandin, que tiene estas cosas geniales, lo puso como una de las 5 medidas de bienestar animal en los frigoríficos: no más del 3% de animales que "vocalizan". ¡Grande la Grandin! Una vez, en la oficina de un feedlot al que fui a trabajar varias veces, me dijeron "Ahora sabemos cuándo entró alguien nuevo: oimos uno que grita a los animales; empieza fuerte, después va bajando y en un par de horas se calla".
No digo que nunca jamás hay que pegar un grito. Lo que no hay que hacer es trabajar a los gritos, porque sólo sirve para asustar y confundir al ganado, que oye gritos adelante, atrás, al lado, y no entiende qué cuernos quieren que haga. Lo que sí entiende es nuestra mala onda. 


José Hernández recomendaba, en esto de los gritos, usar las vocales graves (a-e-o), no las agudas (i-u). Yo pego un grito a veces, sobre todo en los embarques, para que el animal que está más adelante, que por ahí no está atento a la bandera sino al piso, recuerde que yo sigo estando allí, dirigiéndolo. Es un OOO grave pero fuerte, de autoridad. 


El trabajo en silencio forma parte, además, del modelo del mínimo esfuerzo, ley sagrada que trato de aplicar en todos los aspectos de mi vida. Y que creo que explica que siga teniendo pedidos de capacitaciones: se ve que se corrió la bolilla de que lo mío es para trabajar menos, no más.


MARCOS GIMÉNEZ ZAPIOLA
Licenciado en Sociología de la Universidad Católica Argentina (UCA) y PhD en Filosofía de la Washington University, EE.UU. Especialista en Buenas Prácticas de Manejo de Bovinos y Bienestar Animal, habiendo publicado más de 50 artículos en ese tema. Trabaja con la difusión y capacitación de recursos humanos, realizando presentaciones en países de América Latina, como Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile, Ecuador. Publicó los libros "El buen trato del ganado" y "Empresa familiar de campo". Empresario agropecuario desde 1980, actualmente es consultor agropecuario y columnista de la revista "Margenes Agropecuarios".

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Técnicos y productores, mano a mano por una ganade...
 

Trabajar en silencio

Marcos Giménez Zapiola brinda algunas y sugerencias sobre el manejo del ganado vacuno. Hoy, trabajar en silencio

Empiezo por una cosa muy importante, que es nuestra actitud cuando encaramos una maniobra. Normalmente (yo mismo lo he hecho durante mis primeros 15 años de trabajador ganadero, porque también he sido ignorante y brutal) le vamos directo al ganado. Eso lo hacemos con nuestro movimiento, con nuestros gestos, con nuestra mirada, con nuestros gritos, y con nuestros nervios (que quizás es lo primero que perciben los animales).


Bud Williams me enseñó, allá por 1995, que al ganado hay que tratarlo como si uno estuviera haciendo otra cosa. Sobre todo cuando queremos moverlo, hay que irle por la tangente, como si uno estuviera pasando de largo, para que nos acepte antes de iniciar la maniobra.


Es algo que rara vez veo, sobre todo en los feedlots, donde se tiende a tratar al ganado con una actitud casi policial. Lo único que se logra con eso es desordenarlos y confundirlos. Hay que ser comprensible para el animal que nos mira. 


La vaca no entiende castellano. Lo que sí entiende es nuestro lenguaje corporal (incluidas nuestras vocalizaciones, porque aunque no sepan el significado de las palabras, captan al instante lo que transmitimos con el sonido: estamos enojados, apurados, nerviosos, miedosos, etc.). 


Por esa razón, pienso que hay pocas cosas tan inútiles como tratar de darle órdenes verbales al ganado. A la vaca le encanta el silencio. Cuando le hablamos, le estamos diciendo mucho más de lo que queremos y creemos. En general, no es el mensaje que nosotros pensamos. Menos cuando les gritamos. Ella no sabe el significado de "¡vaca de m...!", pero percibe nuestro descontento, y se pone un poco más alerta, a la defensiva. En vez de buscar la salida, nos busca a nosotros, porque nos presiente como un peligro. 


El trabajo en silencio es una maravilla, para la vaca y para nosotros. Es el indicador más simple de que estamos haciendo las cosas bien. Si no, la vaca empieza a quejarse. Temple Grandin, que tiene estas cosas geniales, lo puso como una de las 5 medidas de bienestar animal en los frigoríficos: no más del 3% de animales que "vocalizan". ¡Grande la Grandin! Una vez, en la oficina de un feedlot al que fui a trabajar varias veces, me dijeron "Ahora sabemos cuándo entró alguien nuevo: oimos uno que grita a los animales; empieza fuerte, después va bajando y en un par de horas se calla".
No digo que nunca jamás hay que pegar un grito. Lo que no hay que hacer es trabajar a los gritos, porque sólo sirve para asustar y confundir al ganado, que oye gritos adelante, atrás, al lado, y no entiende qué cuernos quieren que haga. Lo que sí entiende es nuestra mala onda. 


José Hernández recomendaba, en esto de los gritos, usar las vocales graves (a-e-o), no las agudas (i-u). Yo pego un grito a veces, sobre todo en los embarques, para que el animal que está más adelante, que por ahí no está atento a la bandera sino al piso, recuerde que yo sigo estando allí, dirigiéndolo. Es un OOO grave pero fuerte, de autoridad. 


El trabajo en silencio forma parte, además, del modelo del mínimo esfuerzo, ley sagrada que trato de aplicar en todos los aspectos de mi vida. Y que creo que explica que siga teniendo pedidos de capacitaciones: se ve que se corrió la bolilla de que lo mío es para trabajar menos, no más.


MARCOS GIMÉNEZ ZAPIOLA
Licenciado en Sociología de la Universidad Católica Argentina (UCA) y PhD en Filosofía de la Washington University, EE.UU. Especialista en Buenas Prácticas de Manejo de Bovinos y Bienestar Animal, habiendo publicado más de 50 artículos en ese tema. Trabaja con la difusión y capacitación de recursos humanos, realizando presentaciones en países de América Latina, como Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile, Ecuador. Publicó los libros "El buen trato del ganado" y "Empresa familiar de campo". Empresario agropecuario desde 1980, actualmente es consultor agropecuario y columnista de la revista "Margenes Agropecuarios".

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