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Por un camino de tierra

En esta colaboración especial, Daniel Lecointre nos habla del camino que conduce hasta su casa, describiendo desde sus vivencias lo que representa ese palmo de tierra para  un hombre de campo

Por Daniel Lecointre, exclusivo para Zona Campo.

Solo un caminito de tierra lo trae hasta mi casa. No busque usted otra forma… solo un camino de tierra.


Hasta hace poco nomás, decenas de casas y estancias adornaban sus banquinas. Era una peatonal llena de atractivos, a un lado y al otro.


Cientos de almas gastaron sus vidas en ese palmo de tierra. Ojo…no dije malgastaron, las vivieron plenamente, como uno imagina que solo se puede vivir en una calle de París. También tuvo pintores, poetas y músicos entre los rudos trabajadores, mitad criollos, mitad gringos.

Si se iba con tropa, se tardaba un siglo. En cada tranquera en cada alambrado te esperaba un vecino o una vecinita… de esas que no te dejaban dormir.


De todo tiene la huella. He sabido de cartas y mensajes de amor que se escondían… ``-Debajo de una piedra, en el tercer poste, después del esquinero-´´ Al rato, un gaucho con el corazón en la mano se baja del caballo.… justo ahí. Disimuladamente busca el papel, devora los renglones, suspira los adjetivos y saborea las promesas. Dos gotas de perfume son la firma de su dueña. El hombre deja también su carta de amor, una florcita del campo, y arriba la piedra, guardando el secreto.


Cuatro esquinas lo reparten entre mi casa y el pueblo. Ahí brillaba un diamante por demás atractivo… el boliche de Mathieu. Estaba bien pegado al camino, la puerta abierta y el bolichero invitando con el saludo. Había que ser muy insensible para no hacer un alto. Ya estaba presupuestado en el tiempo que tardaba el viaje. Se paraba a la ida y a la vuelta.


Camino que devoro mi abuelo en sulky, una noche cerrada de marzo del año veinte y siete. Todo el apuro y la gravedad del asunto, confiada en las patas veloces de su gran caballo de trote. Está yendo a buscar a doña Transita, la partera, porque a mi papá se le ocurrió que podía nacer a esa hora.


Cinco leguas tenía que esperar mi abuela para que llegara el hospital, las enfermeras, el ginecólogo y el pediatra. Todo eso resumido en las dos manos de doña Transita.


Hoy somos muy pocos los custodios del camino. A veces en la noche salgo a mirar y veo dos o tres lucecitas nada más. Como esos barcos solos en el mar inmenso y sus capitanes porfiándole a la multitud del puerto.


Que contradicción…la soledad atroz, la que mata, está siempre escondida en las grandes ciudades. No hay psicólogos que den abasto ante tanto llanto y suicidio, los domingos a la tardecita.


Cuando el campo te forma desde que naces, te protege de ese sentimiento. Pero exige si o si, una gran vida interior.


El campo, está dulcemente guardado en la memoria de miles de mujeres y hombres, que vivieron aunque sea unos pocos días de su niñez en él.


El camino lleva y trae. Con mis hermanos esperábamos ansiosos los domingos, ese día venían los tíos y primos de la ciudad. Con ellos llegaban los juegos y la alegría amorosa de una familia.


El cordero al asador, los estofados de gallina. Y la mesa de dos metros y medio por uno, repleta de ravioles, ñoquis o tallarines que jamás se compraban. Las manos de mi mamá ya se fueron. Pero si alguien espía debajo del mantel, todavía hay harina en los poros de la madera y están las marcas simétricas del cortador de ravioles.


Con los ojos acostumbrados a ver cualquier cosa que se mueva en la inmensidad. Desde temprano oteábamos el horizonte de la huella. La espera se hacía interminable. A dos mil metros se ve una polvareda, saltábamos de alegría como indiecitos que éramos ``- Allá vienen, allá vienen-´´… Pero a veces el coche pasaba insensiblemente por la tranquera. No eran ellos. Entonces había que remontar la ilusión y esperar otra nube de polvo.


A la tardecita se iban,y entonces, apoyados en el alambrado, veíamos entristecidos como esa tierrita voladora nos robaba todos los juegos que nos faltaron jugar.


Por esta callecita, también llegaron los hijos recién nacidos, a conocer el rancho donde habían sido soñados. Bajo la inspiración torrencial de la lluvia sobre la chapa. O en la noche, con la ventana abierta para escuchar el coro de cristal de las ranas en el molino. O bien cerrada, para que no se vaya el calor, luminoso,movedizo y primitivo de la leña bien encendida.


Las enfermedades y las agonías de los abuelos también se viven en el campo.


Le conocemos las cunetas peligrosas, cada pozo, cada piedra. La hemos visto arregladita o destruida y abandonada, para martirio de los coches y las embarazadas.


Las repetidas inundaciones le quisieron quitar su misión. Pero a caballo, en el carro del vecino o como sea, se dejó transitar por criaturas que buscaban la escuela y hoy son profesionales.


Recuerdo cien encajaduras, aun con las malditas cuatro por cuatro (que tampoco dan abasto) y tener que caminar media noche en el barrial imposible de frío y pegajoso, para poder llegar a la cama calentita.


Me viene a la memoria una mañana que la polvareda traía arriando a una ambulancia. Venía a buscar al hacedor de todo lo que tenemos para vivir, mi papá. Pobrecito mi papá, vivió para nosotros y el trabajo duro… hasta destruirse. Si pudiera se los prestaría un rato, para que sintieran lo lindo que era ser su hijo.


Yo creí sentir el esfuerzo del motor cuando se iba. Es que lo estaba arrancando de la tierra, se resistía como una raíz gigante. Ese día la tierra despidió a dos amigas íntimas…las manos de mi papá. Se habían alegrado juntas con la lluvia y llorado el llanto que solo un campesino conoce, cuando la seca te deja sin nada.


Como tantos otros, fue un aguantador de mil sacrificios, creador de verdaderas obras de arte. De esas que no tienen aplausos, ni una miserable milonga que las cante. Perdón si no me entienden,es la emoción, que me hace temblar la pluma. Sé que este retazo de vida parece autorreferencial, pero estoy seguro que es parecida a la de muchas familias de campo, cuando el campo estaba lleno de familias.


¿Qué día tome conciencia de la importancia del camino, de la magia que esconde?


Fue hace poco, mi hijo estaba volviendo de un viaje y me aviso que a tal hora llegaba. Yo estaba paleando una pila de maíz, pero a cada rato miraba el camino, como cuando era chiquito. Cada vez miraba más lejos, cada vez más preocupado. Con ese miedo que solo se conoce cuando uno es padre…pensaba ``- Ya tendría que estar aquí-´´ . Pero no se veía nada. Una hora después, algo está viniendo allá lejos. Al rato la polvareda paso de largo, pero el coche freno en la tranquera. Gracias a Dios y al caminito el hijo está de nuevo en casa.


Cuando vean esos caminos gastados, ya más hondos que los campos, recuerden que es de tanto regalarle polvaredas a la vida. 


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Hasta hace poco nomás, decenas de casas y estancias adornaban sus banquinas. Era una peatonal llena de atractivos, a un lado y al otro.


Cientos de almas gastaron sus vidas en ese palmo de tierra. Ojo…no dije malgastaron, las vivieron plenamente, como uno imagina que solo se puede vivir en una calle de París. También tuvo pintores, poetas y músicos entre los rudos trabajadores, mitad criollos, mitad gringos.

Si se iba con tropa, se tardaba un siglo. En cada tranquera en cada alambrado te esperaba un vecino o una vecinita… de esas que no te dejaban dormir.


De todo tiene la huella. He sabido de cartas y mensajes de amor que se escondían… ``-Debajo de una piedra, en el tercer poste, después del esquinero-´´ Al rato, un gaucho con el corazón en la mano se baja del caballo.… justo ahí. Disimuladamente busca el papel, devora los renglones, suspira los adjetivos y saborea las promesas. Dos gotas de perfume son la firma de su dueña. El hombre deja también su carta de amor, una florcita del campo, y arriba la piedra, guardando el secreto.


Cuatro esquinas lo reparten entre mi casa y el pueblo. Ahí brillaba un diamante por demás atractivo… el boliche de Mathieu. Estaba bien pegado al camino, la puerta abierta y el bolichero invitando con el saludo. Había que ser muy insensible para no hacer un alto. Ya estaba presupuestado en el tiempo que tardaba el viaje. Se paraba a la ida y a la vuelta.


Camino que devoro mi abuelo en sulky, una noche cerrada de marzo del año veinte y siete. Todo el apuro y la gravedad del asunto, confiada en las patas veloces de su gran caballo de trote. Está yendo a buscar a doña Transita, la partera, porque a mi papá se le ocurrió que podía nacer a esa hora.


Cinco leguas tenía que esperar mi abuela para que llegara el hospital, las enfermeras, el ginecólogo y el pediatra. Todo eso resumido en las dos manos de doña Transita.


Hoy somos muy pocos los custodios del camino. A veces en la noche salgo a mirar y veo dos o tres lucecitas nada más. Como esos barcos solos en el mar inmenso y sus capitanes porfiándole a la multitud del puerto.


Que contradicción…la soledad atroz, la que mata, está siempre escondida en las grandes ciudades. No hay psicólogos que den abasto ante tanto llanto y suicidio, los domingos a la tardecita.


Cuando el campo te forma desde que naces, te protege de ese sentimiento. Pero exige si o si, una gran vida interior.


El campo, está dulcemente guardado en la memoria de miles de mujeres y hombres, que vivieron aunque sea unos pocos días de su niñez en él.


El camino lleva y trae. Con mis hermanos esperábamos ansiosos los domingos, ese día venían los tíos y primos de la ciudad. Con ellos llegaban los juegos y la alegría amorosa de una familia.


El cordero al asador, los estofados de gallina. Y la mesa de dos metros y medio por uno, repleta de ravioles, ñoquis o tallarines que jamás se compraban. Las manos de mi mamá ya se fueron. Pero si alguien espía debajo del mantel, todavía hay harina en los poros de la madera y están las marcas simétricas del cortador de ravioles.


Con los ojos acostumbrados a ver cualquier cosa que se mueva en la inmensidad. Desde temprano oteábamos el horizonte de la huella. La espera se hacía interminable. A dos mil metros se ve una polvareda, saltábamos de alegría como indiecitos que éramos ``- Allá vienen, allá vienen-´´… Pero a veces el coche pasaba insensiblemente por la tranquera. No eran ellos. Entonces había que remontar la ilusión y esperar otra nube de polvo.


A la tardecita se iban,y entonces, apoyados en el alambrado, veíamos entristecidos como esa tierrita voladora nos robaba todos los juegos que nos faltaron jugar.


Por esta callecita, también llegaron los hijos recién nacidos, a conocer el rancho donde habían sido soñados. Bajo la inspiración torrencial de la lluvia sobre la chapa. O en la noche, con la ventana abierta para escuchar el coro de cristal de las ranas en el molino. O bien cerrada, para que no se vaya el calor, luminoso,movedizo y primitivo de la leña bien encendida.


Las enfermedades y las agonías de los abuelos también se viven en el campo.


Le conocemos las cunetas peligrosas, cada pozo, cada piedra. La hemos visto arregladita o destruida y abandonada, para martirio de los coches y las embarazadas.


Las repetidas inundaciones le quisieron quitar su misión. Pero a caballo, en el carro del vecino o como sea, se dejó transitar por criaturas que buscaban la escuela y hoy son profesionales.


Recuerdo cien encajaduras, aun con las malditas cuatro por cuatro (que tampoco dan abasto) y tener que caminar media noche en el barrial imposible de frío y pegajoso, para poder llegar a la cama calentita.


Me viene a la memoria una mañana que la polvareda traía arriando a una ambulancia. Venía a buscar al hacedor de todo lo que tenemos para vivir, mi papá. Pobrecito mi papá, vivió para nosotros y el trabajo duro… hasta destruirse. Si pudiera se los prestaría un rato, para que sintieran lo lindo que era ser su hijo.


Yo creí sentir el esfuerzo del motor cuando se iba. Es que lo estaba arrancando de la tierra, se resistía como una raíz gigante. Ese día la tierra despidió a dos amigas íntimas…las manos de mi papá. Se habían alegrado juntas con la lluvia y llorado el llanto que solo un campesino conoce, cuando la seca te deja sin nada.


Como tantos otros, fue un aguantador de mil sacrificios, creador de verdaderas obras de arte. De esas que no tienen aplausos, ni una miserable milonga que las cante. Perdón si no me entienden,es la emoción, que me hace temblar la pluma. Sé que este retazo de vida parece autorreferencial, pero estoy seguro que es parecida a la de muchas familias de campo, cuando el campo estaba lleno de familias.


¿Qué día tome conciencia de la importancia del camino, de la magia que esconde?


Fue hace poco, mi hijo estaba volviendo de un viaje y me aviso que a tal hora llegaba. Yo estaba paleando una pila de maíz, pero a cada rato miraba el camino, como cuando era chiquito. Cada vez miraba más lejos, cada vez más preocupado. Con ese miedo que solo se conoce cuando uno es padre…pensaba ``- Ya tendría que estar aquí-´´ . Pero no se veía nada. Una hora después, algo está viniendo allá lejos. Al rato la polvareda paso de largo, pero el coche freno en la tranquera. Gracias a Dios y al caminito el hijo está de nuevo en casa.


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