La letrina, ese templo campero
En esta colaboración especial, Daniel Lecointre nos cuenta sobre ese lugar sagrado y de uso cotidiano que formaba, y aún forma parte, del paisaje de nuestro campo
Entre el paisanaje solía tener otro apelativo -excusado-, siempre lejos de la casa, a veces a media cuadra. Por lo general había dos, no por discriminar, solo cuestiones de apuro o de intimidad. Una para los peones, fijos u ocasionales y otra para la familia de la casa.
De dos metros, por uno y medio alcanza y sobra para esta arquitectura. No muy altas, techo de chapa, puerta ciega de madera y eso sí, la innegociable ventanita triangular. Nadie osaba cambiar ese detalle en su estilo greco/criollo.
Las he visto con piso de laja, de cemento y ya más suntuosas, de tablas lustradas. Algunas no, pero la mayoría tenían un confortable trono. El de concreto, sorprendía un poco su frescor. Pero había algunos de madera, siempre tan tibia y acogedora que daba lastima dejarlo.Como este era un lugar muy democrático. Cuando uno escuchaba que afuera rondaba una tos, o una carraspera simulada, había que salir.
Un diseñador actual preguntara ``-¿porque tan lejos de la casa?-´´…Es que las letrinas tenían sucursales. Las nunca bien ponderadas ``Pelelas´´ blancas, con tonos florales, rosas para las niñas o grandes y abolladas para el patrón.La biología, tan enemiga de la elegancia y el pudor, era atendida por estos recipientes enlozados.
¿Cómo explicarlo? Ahí solo iba el agua y el vino que se había tomado en la noche. Los temas más importantes los atendía el excusado, cuando ya era de día.
Pero si la traición alteraba las cosas y era noche de verano, casi que era un paseo llegar a su puerta. La demostración de coraje aparecía en esas noches de invierno. Brutas heladas, o lluvias interminables. No había otro remedio que vestirse y emponcharse hasta la cabeza, encender una vela de las gruesas y salir hacia allá como en procesión,con la mano cubriendo la llama para no llegar a oscuras a ese lugar sagrado, evitando las miradas si era posible. Aunque he presenciado veloces carreras, ya con la rastra en la mano y apretándose la gorra. A dos metros de la puerta los rostros se endulzaban, la meta, el oasis estaba ahí nomás… ¿Y si estaba ocupado? Bueno… para esa gravísima emergencia está el pajonal o el maizal escondedor.
Yendo más al detalle y aunque se piense lo contrario, por su primitivo funcionamiento, no había olor desagradable en el recinto.
La recuerdo a mi amada tía Anita y su primer trabajo de madrugada. Llevaba un balde con agua, un cepillo y fluido Manchester para baldear el piso y todo olía delicioso. Tenía 90 años. Había baño adentro de la casa, pero ella amaba la tranquilidad inalterable de ese lugar. Y sobre todo para el que necesita tiempo y paz en ese trámite. Nosotros ya no lo usábamos, era todo de ella.
El coro de mil pájaros, el batir de las hojas de las plantas y el rezongo de la rueda del molino, eran su música funcional y relajante. Grandes ideas se gestaron en sus claustros.
Y vaya otra por si me quedé corto. Además de vivir ahí, yo fui peón de los tíos en la casa fundacional. Algunas mañanas al arrancar los trabajos, por equis causa necesitaba a uno de ellos y no lo podía encontrar. ``-Jorge…Jorge…Jorge-´´ gritaba por el patio y los galpones…pero nada. Hasta que por ahí me avivaba y una simple mirada descubría el paradero del prófugo. La faja colorida colgaba de los triangulitos superiores de la puerta, y el brillo inequívoco del puñal de plata atravesado en la ventanita. Era hora de callarse y no molestar.
Prometo que es la última y no molesto más. En la puerta de las letrinas había un clavo, en él se ensartaban una buena cantidad de recortes de diarios. De 25 por 20 está bien. Él papel higiénico era desconocido e indigno del lugar. Me hubiera quitado uno de los placeres que más disfrutaba. Dejaba que el azar decidiera y tomaba la primera hoja, para que la lectura trajera el olvido del trámite. La página siempre tenía algo interesante, a veces era la policial, otras de política o las necrológicas. Lo único frustrante, era que al cortarlas no habían tenido en cuenta las columnas y varios párrafos quedaban inconclusos, había que adivinarlos, o no sabrías nunca como se llamaba el asesino.
Recuerdo el susto que me di un día, al ver que el equipo de mis amores había perdido el clásico. ¿Pero como podía ser, si lo escuche enterito en la radio y los bailamos? Desesperado doy vuelta la hoja, la encuentro llena de cruces y Q.E.P.D. Me salvo un muerto importante que se repetía en saludos y pésames, solo que hacía cuatro años atrás y me salvo de la pesadilla. Después venia el trabajo artesanal de hacer un bollo con el papel rustico y refregarlo entre las dos manos hasta dejarlo suavecito como una ceda, y allá iba con todos sus secretos al fondo del pozo.
Si un día encuentran uno limpito y aun bien cuidado, no dejen de probarlo y ver si lo que dije es cierto. Después de rotos los prejuicios sobre la pobre letrina, maldecirán más de una vez lo descuidados que somos,cuando no sabemos con qué pie pisar el enchastre y las bacterias en algún modernoso baño público.
Acerca de Daniel Lecointre
El autor es nacido, vive y trabaja en el campo, en la zona de San Jorge, Partido de Laprida. En su sentir y sus palabras, esto es así desde hace más de 120 años, por los tiempos en que su abuelo llegó a esos pagos.
“La fina viene muy bien pero para que se concrete en los rindes es clave el monitoreo continuo”
El ingeniero agrónomo Ricardo Silvestro, de la firma Rindes y Cultivos DAS, analiza la campaña de trigo y cebada. Explica cómo los vaivenes de clima afectaron a los cultivos y la importancia de las aplicaciones preventivas para controlar enfermedades
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La letrina, ese templo campero
En esta colaboración especial, Daniel Lecointre nos cuenta sobre ese lugar sagrado y de uso cotidiano que formaba, y aún forma parte, del paisaje de nuestro campo
Entre el paisanaje solía tener otro apelativo -excusado-, siempre lejos de la casa, a veces a media cuadra. Por lo general había dos, no por discriminar, solo cuestiones de apuro o de intimidad. Una para los peones, fijos u ocasionales y otra para la familia de la casa.
De dos metros, por uno y medio alcanza y sobra para esta arquitectura. No muy altas, techo de chapa, puerta ciega de madera y eso sí, la innegociable ventanita triangular. Nadie osaba cambiar ese detalle en su estilo greco/criollo.
Las he visto con piso de laja, de cemento y ya más suntuosas, de tablas lustradas. Algunas no, pero la mayoría tenían un confortable trono. El de concreto, sorprendía un poco su frescor. Pero había algunos de madera, siempre tan tibia y acogedora que daba lastima dejarlo.Como este era un lugar muy democrático. Cuando uno escuchaba que afuera rondaba una tos, o una carraspera simulada, había que salir.
Un diseñador actual preguntara ``-¿porque tan lejos de la casa?-´´…Es que las letrinas tenían sucursales. Las nunca bien ponderadas ``Pelelas´´ blancas, con tonos florales, rosas para las niñas o grandes y abolladas para el patrón.La biología, tan enemiga de la elegancia y el pudor, era atendida por estos recipientes enlozados.
¿Cómo explicarlo? Ahí solo iba el agua y el vino que se había tomado en la noche. Los temas más importantes los atendía el excusado, cuando ya era de día.
Pero si la traición alteraba las cosas y era noche de verano, casi que era un paseo llegar a su puerta. La demostración de coraje aparecía en esas noches de invierno. Brutas heladas, o lluvias interminables. No había otro remedio que vestirse y emponcharse hasta la cabeza, encender una vela de las gruesas y salir hacia allá como en procesión,con la mano cubriendo la llama para no llegar a oscuras a ese lugar sagrado, evitando las miradas si era posible. Aunque he presenciado veloces carreras, ya con la rastra en la mano y apretándose la gorra. A dos metros de la puerta los rostros se endulzaban, la meta, el oasis estaba ahí nomás… ¿Y si estaba ocupado? Bueno… para esa gravísima emergencia está el pajonal o el maizal escondedor.
Yendo más al detalle y aunque se piense lo contrario, por su primitivo funcionamiento, no había olor desagradable en el recinto.
La recuerdo a mi amada tía Anita y su primer trabajo de madrugada. Llevaba un balde con agua, un cepillo y fluido Manchester para baldear el piso y todo olía delicioso. Tenía 90 años. Había baño adentro de la casa, pero ella amaba la tranquilidad inalterable de ese lugar. Y sobre todo para el que necesita tiempo y paz en ese trámite. Nosotros ya no lo usábamos, era todo de ella.
El coro de mil pájaros, el batir de las hojas de las plantas y el rezongo de la rueda del molino, eran su música funcional y relajante. Grandes ideas se gestaron en sus claustros.
Y vaya otra por si me quedé corto. Además de vivir ahí, yo fui peón de los tíos en la casa fundacional. Algunas mañanas al arrancar los trabajos, por equis causa necesitaba a uno de ellos y no lo podía encontrar. ``-Jorge…Jorge…Jorge-´´ gritaba por el patio y los galpones…pero nada. Hasta que por ahí me avivaba y una simple mirada descubría el paradero del prófugo. La faja colorida colgaba de los triangulitos superiores de la puerta, y el brillo inequívoco del puñal de plata atravesado en la ventanita. Era hora de callarse y no molestar.
Prometo que es la última y no molesto más. En la puerta de las letrinas había un clavo, en él se ensartaban una buena cantidad de recortes de diarios. De 25 por 20 está bien. Él papel higiénico era desconocido e indigno del lugar. Me hubiera quitado uno de los placeres que más disfrutaba. Dejaba que el azar decidiera y tomaba la primera hoja, para que la lectura trajera el olvido del trámite. La página siempre tenía algo interesante, a veces era la policial, otras de política o las necrológicas. Lo único frustrante, era que al cortarlas no habían tenido en cuenta las columnas y varios párrafos quedaban inconclusos, había que adivinarlos, o no sabrías nunca como se llamaba el asesino.
Recuerdo el susto que me di un día, al ver que el equipo de mis amores había perdido el clásico. ¿Pero como podía ser, si lo escuche enterito en la radio y los bailamos? Desesperado doy vuelta la hoja, la encuentro llena de cruces y Q.E.P.D. Me salvo un muerto importante que se repetía en saludos y pésames, solo que hacía cuatro años atrás y me salvo de la pesadilla. Después venia el trabajo artesanal de hacer un bollo con el papel rustico y refregarlo entre las dos manos hasta dejarlo suavecito como una ceda, y allá iba con todos sus secretos al fondo del pozo.
Si un día encuentran uno limpito y aun bien cuidado, no dejen de probarlo y ver si lo que dije es cierto. Después de rotos los prejuicios sobre la pobre letrina, maldecirán más de una vez lo descuidados que somos,cuando no sabemos con qué pie pisar el enchastre y las bacterias en algún modernoso baño público.
Acerca de Daniel Lecointre
El autor es nacido, vive y trabaja en el campo, en la zona de San Jorge, Partido de Laprida. En su sentir y sus palabras, esto es así desde hace más de 120 años, por los tiempos en que su abuelo llegó a esos pagos.
“La fina viene muy bien pero para que se concrete en los rindes es clave el monitoreo continuo”
El ingeniero agrónomo Ricardo Silvestro, de la firma Rindes y Cultivos DAS, analiza la campaña de trigo y cebada. Explica cómo los vaivenes de clima afectaron a los cultivos y la importancia de las aplicaciones preventivas para controlar enfermedades