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Argentina es el primer país del mundo en certificar carne vacuna carbono negativo

En un trabajo conjunto, el INTA y el INTI lograron certificar la primera producción de carne vacuna carbono negativo del mundo en dos campos ganaderos en Entre Ríos y Córdoba, que obtuvieron una Declaración Ambiental de Producto (EPD) de un kilo de peso vivo bovino

Se trata de la "primera Declaración Ambiental de Producto carbono negativa de la producción de un kilo de peso vivo" en un campo ganadero, a través del sistema de certificación y ecoetiquetado más exigente del planeta, que es la Declaración Ambiental de Producto (EPD), con una validez de cinco años.


Todo comenzó en pleno auge de la pandemia, cuando dos empresarios italianos con explotaciones ganaderas en Argentina se acercaron al INTA para evaluar el impacto de la carne vacuna producida en sus campos: uno en Federal (Entre Ríos), llamado San Esteban, y otro en Villa Huidobro (Córdoba), denominado Ralicó. 


En Europa, donde también son productores, están avanzados en las declaraciones ambientales de productos, incorporando la huella de carbono y otros impactos en el mercado y la demanda de los consumidores. Estos empresarios, dedicados a la producción primaria tanto en Argentina como en Italia, expresaron su interés en medir y certificar la huella de carbono de su ganadería. Su objetivo era mejorar su imagen, liderar en lo ambiental y agregar valor a su producto. Ambos, que realizan el ciclo completo en sus campos, planean exportar en el futuro su carne envasada al vacío producida en Argentina.


Rodolfo Bongiovanni , que se desempeña en la Estación Experimental Manfredi del Inta en Córdoba y coordina una plataforma de huellas ambientales para la que trabajan más de 100 técnicos-investigadores, se ocupa del análisis de ciclo de vida y de las huellas ambientales de diferentes actividades y cadenas productivas. 


Estos productores utilizan el sistema silvopastoril, con un monte nativo y una especie incorporada en la parte baja del bosque para proporcionar forraje al ganado. Este enfoque se asemeja a las prácticas a nivel mundial para lograr una ganadería carbono neutro o carne carbono cero. Además, emplean siembra aérea de semillas forrajeras y aprovechan las ramas y chauchas caídas de los árboles como alimento para los animales.


Hace dos años, comenzaron a evaluar in situ los ocho impactos ambientales necesarios para la certificación, siendo la huella de carbono la más conocida. El principal factor de emisión es el propio animal, a través de la emisión de gases de metano entérico. Desde el punto de vista de la oferta de alimentos, el árbol y las pasturas son los principales elementos que secuestran carbono en el campo. El proceso implica un balance entre las emisiones de los animales y la remoción de carbono, generando un valor que puede ser negativo, indicando que se secuestra más carbono del que se emite.

De acuerdo con el investigador, el proceso fue llevado a cabo con gran meticulosidad, siguiendo cada paso del acuerdo internacional existente, donde el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) desempeña un papel fundamental en el tema de emisiones y cálculos. Se destacó la estricta adherencia al protocolo «Meet of Mammal» del Instituto Sueco de Normalización, equivalente al IRAM en Argentina, representado por el INTI: «Nos ajustamos rigurosamente a los métodos y al enfoque de análisis y estudio que establece este protocolo».


En este proceso, se calcularon y midieron los 10 impactos, desde el nacimiento del animal hasta su estado final. Entre estos impactos se encuentran la huella de carbono en la categoría de cambio climático, así como el agotamiento de la capa de ozono, la eutrofización, el ozono fotoquímico, el agotamiento de recursos y el consumo ponderado de agua (anteriormente conocido como huella hídrica).


Con el modelo construido que reflejaba fielmente la realidad, se envió a la unidad de certificación del INTI en Buenos Aires. Tras un mes de revisión, el verificador, a cargo del ingeniero agrónomo Javier Echazarreta, representante del INTI en EPD Internacional, confirmó que «todo estaba perfecto».


El investigador resaltó que la producción de estos campos se encuentra en un nivel medio a nivel internacional en comparación con estudios similares realizados en todo el mundo. Aclaró que el protocolo se extiende hasta el producto final, no solo hasta la góndola, sino incluso hasta el plato del consumidor. Aunque los estudios finalizaron en las tranqueras de los campos, el protocolo permite asignar valores estándares a lo que no se puede medir. Se reveló que para obtener un kilo de carne deshuesada envasada al vacío se necesitan 2,7 kilos de peso vivo, casi en una proporción de 3 a 1, sirviendo como referencia.


El estudio demostró que, enfocándose únicamente en la etapa de producción en el campo, el balance de remoción de carbono en el sistema ganadero silvopastoril resultó en -1,77 kg CO2eq por cada kilogramo de peso vivo en la tranquera del campo.


Este logro permite llegar con una "ecoetiqueta" dirigida a que el consumidor verifique este valor. En Europa, en muchos alimentos, junto con la información nutricional están también los datos referidos a la huella de carbono.


A partir de esta información, los mercados premium pueden asignar un valor diferencial. No es casualidad que estos estudios ambientales sean requeridos por los frigoríficos exportadores.


Bongiovanni compara que hoy en la Argentina un bife de chorizo se paga unos 10 dólares el kilo, versus los 40 dólares que recibe cuando va a otros mercados. En esto radica el valor agregado recuperado, cuando se acorta la cadena de comercialización, o cuando el producto va de un mercado a otro.


Pero cuando a la carne se le añade información y valor ambiental, el precio de ese bife puede saltar hasta los 80 dólares. Un kilo de carne certificado carbono neutro con una eco etiqueta certificada, se vende a un valor ocho veces superior que en Argentina.


Frigoríficos y empresas europeas ya venden la carne con esta declaración ambiental de producto. La ecoetiqueta informa sobre la huella de carbono en el supermercado y hasta la carne cocinada, con diferentes alternativas de cocció

Fuente e imágenes: Asociación de Ingenieros Agrónomos del Nordeste de Entre Ríos - La Nación Agro - Agrolink - Agrovoz

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Se trata de la "primera Declaración Ambiental de Producto carbono negativa de la producción de un kilo de peso vivo" en un campo ganadero, a través del sistema de certificación y ecoetiquetado más exigente del planeta, que es la Declaración Ambiental de Producto (EPD), con una validez de cinco años.


Todo comenzó en pleno auge de la pandemia, cuando dos empresarios italianos con explotaciones ganaderas en Argentina se acercaron al INTA para evaluar el impacto de la carne vacuna producida en sus campos: uno en Federal (Entre Ríos), llamado San Esteban, y otro en Villa Huidobro (Córdoba), denominado Ralicó. 


En Europa, donde también son productores, están avanzados en las declaraciones ambientales de productos, incorporando la huella de carbono y otros impactos en el mercado y la demanda de los consumidores. Estos empresarios, dedicados a la producción primaria tanto en Argentina como en Italia, expresaron su interés en medir y certificar la huella de carbono de su ganadería. Su objetivo era mejorar su imagen, liderar en lo ambiental y agregar valor a su producto. Ambos, que realizan el ciclo completo en sus campos, planean exportar en el futuro su carne envasada al vacío producida en Argentina.


Rodolfo Bongiovanni , que se desempeña en la Estación Experimental Manfredi del Inta en Córdoba y coordina una plataforma de huellas ambientales para la que trabajan más de 100 técnicos-investigadores, se ocupa del análisis de ciclo de vida y de las huellas ambientales de diferentes actividades y cadenas productivas. 


Estos productores utilizan el sistema silvopastoril, con un monte nativo y una especie incorporada en la parte baja del bosque para proporcionar forraje al ganado. Este enfoque se asemeja a las prácticas a nivel mundial para lograr una ganadería carbono neutro o carne carbono cero. Además, emplean siembra aérea de semillas forrajeras y aprovechan las ramas y chauchas caídas de los árboles como alimento para los animales.


Hace dos años, comenzaron a evaluar in situ los ocho impactos ambientales necesarios para la certificación, siendo la huella de carbono la más conocida. El principal factor de emisión es el propio animal, a través de la emisión de gases de metano entérico. Desde el punto de vista de la oferta de alimentos, el árbol y las pasturas son los principales elementos que secuestran carbono en el campo. El proceso implica un balance entre las emisiones de los animales y la remoción de carbono, generando un valor que puede ser negativo, indicando que se secuestra más carbono del que se emite.

De acuerdo con el investigador, el proceso fue llevado a cabo con gran meticulosidad, siguiendo cada paso del acuerdo internacional existente, donde el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) desempeña un papel fundamental en el tema de emisiones y cálculos. Se destacó la estricta adherencia al protocolo «Meet of Mammal» del Instituto Sueco de Normalización, equivalente al IRAM en Argentina, representado por el INTI: «Nos ajustamos rigurosamente a los métodos y al enfoque de análisis y estudio que establece este protocolo».


En este proceso, se calcularon y midieron los 10 impactos, desde el nacimiento del animal hasta su estado final. Entre estos impactos se encuentran la huella de carbono en la categoría de cambio climático, así como el agotamiento de la capa de ozono, la eutrofización, el ozono fotoquímico, el agotamiento de recursos y el consumo ponderado de agua (anteriormente conocido como huella hídrica).


Con el modelo construido que reflejaba fielmente la realidad, se envió a la unidad de certificación del INTI en Buenos Aires. Tras un mes de revisión, el verificador, a cargo del ingeniero agrónomo Javier Echazarreta, representante del INTI en EPD Internacional, confirmó que «todo estaba perfecto».


El investigador resaltó que la producción de estos campos se encuentra en un nivel medio a nivel internacional en comparación con estudios similares realizados en todo el mundo. Aclaró que el protocolo se extiende hasta el producto final, no solo hasta la góndola, sino incluso hasta el plato del consumidor. Aunque los estudios finalizaron en las tranqueras de los campos, el protocolo permite asignar valores estándares a lo que no se puede medir. Se reveló que para obtener un kilo de carne deshuesada envasada al vacío se necesitan 2,7 kilos de peso vivo, casi en una proporción de 3 a 1, sirviendo como referencia.


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A partir de esta información, los mercados premium pueden asignar un valor diferencial. No es casualidad que estos estudios ambientales sean requeridos por los frigoríficos exportadores.


Bongiovanni compara que hoy en la Argentina un bife de chorizo se paga unos 10 dólares el kilo, versus los 40 dólares que recibe cuando va a otros mercados. En esto radica el valor agregado recuperado, cuando se acorta la cadena de comercialización, o cuando el producto va de un mercado a otro.


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